Empecé a jugar con la basura en Baltimore, una ciudad postindustrial de Estados Unidos que en las últimas décadas ha sufrido un éxodo de gente y de negocios. Lo que queda es una ciudad en donde hay barrios que tienen más edificios que residentes. En estos espacios abandonados uno no tiene que buscar mucho para encontrar muebles (y muchas otras cosas) tirados en medio de la calle—hay mucho material a la mano. Qué grande fue mi sorpresa cuando llegué a la Ciudad de México, ¡donde la basura se vende! Con tanta gente y tan poco espacio, hasta los zapatos sin par tienen un valor. Me quedó claro que si yo quería seguir con mi línea de arte, hecha de basura, tendría que pagar por los desechos. Y así fue que empecé a entender la dinámica de los desperdicios, que su cantidad y valor dependen mucho de la economía de la sociedad que los crea. Por desgracia, también he aprendido que hay demasiados desechos. Donde sea que ando, encuentro algo desechado con que jugar, y espero que la gente que se encuentra con mis creaciones a partir de basura reordenada, tomen una pausa para reflexionar por qué están allí.